miércoles, 14 de agosto de 2013

LORENA*

Todos los hombres no son iguales, algunos son altos, otros son negros, otros judíos, otros heterosexuales; y claro, otros golpean a mamá mientras me amenazan con volarme los sesos para que aprenda a respetar...


No sé como he llegado a esta situación, ni como me doy tiempo para recordarlo. Hace dos horas estaba sentado frente a la computadora, conversando con una novia. Mamá quería comprar algunas cosas, siempre va sola; pero hoy quería una segunda opinión, dice que tengo buen gusto, pero yo pienso que no tuvo otra opción, su nuera no está y la única en casa soy yo. Así que ya entenderán…

Salimos rápido, mamá me apuraba, aún recuerdo sus gritos, Bah!. Cogí un chaqueta para abrigarme, tomé un poco de dinero que tenía en la mesa y salí corriendo tras ella. Llegamos a la tienda, no era grande, no era bonita y no tenía lo que buscábamos. Fuimos a otra, y paso lo mismo. Ya estábamos regresando a casa cuando recordé que hace unas semanas había visto una tienda muy elegante unas cuadras debajo de nuestro vecindario. No conocíamos el barrio, pero nunca habíamos escuchado nada malo de él, en realidad esta zona es muy tranquila y no teníamos razones para desconfiar. Oh! Pobre de nosotras!...

Llegamos a la tienda, en verdad era grande, hermosa, con un decorado exquisito, una atención de primera, y unos precios muy razonables. Una lástima que no tuviera lo que buscábamos. Mamá se entretuvo conversando con una chica de la tienda, creo que dejo un adelanto y la dirección de la casa, eran unas personas muy amables y se tomaron muchas molestias en buscar algo parecido a lo que quería mamá. Cuando nos dimos cuenta, ya había pasado cerca de una hora. Teníamos que regresar rápido, A papá no le gusta que la casa este vacía.

Salimos del local, ya era un poco tarde, pero la calle aún estaba iluminada con las luces del sol, aunque también estaban prendidos los faroles, cosa no tan rara por estos lares. Íbamos caminando cuando de pronto una camioneta negra, muy bella por cierto, se cuadro unos metros delante de nosotros. De ella bajo un tipo alto, moreno, con una calva que brillaba tanto que no dejaba verle los ojos a simple vista. El tipo camino hacia nosotros, era esbelto, e iba muy bien vestido; se metió ambas manos en el bolsillo y como quien hace un mero trámite nos pidió que nos arrodilláramos. No le hicimos caso, aunque mamá estaba un poco asustada. Yo nunca he sido una heroína, y mucho menos ando en peleas, pero en ese momento lo insulte, cogí la mano de mamá e intente seguir mi camino. El tipo me puso una mano en el hombro y apretó con fuerza, yo no tuve remedio, mi cuerpo reaccionó.

Cuando me di cuenta le había estrellado un puño en la cara y un chorro de sangre le recorría toda la mejilla izquierda, creo que lo cegué por unos instantes, no lo pensé más y le pateé la entrepierna. El moreno callo al piso y se retorcía de dolor; yo, bañada de una adrenalina que pocas veces había gozado, comencé a patearlo, una y otra vez…en la espalda, en el vientre, allí donde sea que se pudiera…de pronto una mano me cogió suavemente, y entonces recobré el sentido, me sentí mal por lo que había hecho, ¿quién era yo para golpear a alguien que ya no se puede defender?, ¿Qué excusa podría hacerme creer?, ¿Por qué no regrese a la tienda cuando el moreno ya no podría ver?, ¿Por qué lo pateé tantas veces?...No importaba ya, el tipo estaba en el piso, no tenía ganas de levantarse, el dolor lo consumía; y yo, yo sujete fuerte la mano de mamá y comencé a correr a casa.

Cuando pasamos junto a la camioneta un hombre pequeño salto hacia nosotros. A simple vista me dio risa, era enano, calvo, con unos dientes negros y otros rotos, con una camisa vieja y un pantalón que eran unas dos tallas más grandes que él. No tuve miedo, ya había golpeado a un hombre más alto, y más fuerte; uno pequeño no sería problema. Oh! Debí correr, sí que debí haber corrido…

El enano se llevo una mano a la espalda, saco una pistola, me apunto y dio un disparo en seco. Nunca había sentido tanto miedo. Me quede quieta unos segundos mientras esperaba que la sangre comenzara a fluir de algún punto de mi cuerpo, pero no paso nada, el enano había fallado.

El enano me regalo una sonrisa con esos dientes negros y rotos, dijo algo que no entendí y de pronto el moreno ya estaba a su lado, no tenía cara de muchos amigos y se acercaba hacia nosotras. El moreno me alcanzó, me ordenó que cerrara los ojos y contara hasta 27, en voz alta. Lo hice. ¡Uno!... ¡Au!, ¡No!... Abrí los ojos desesperadamente, sabía que esas palabras no podían venir de otra persona que no fuera mamá.
Pensé en gritar, pero cuando lo intenté el enano me regalo una bofetada, me miro a los ojos y se llevo un dedo a la boca en señal de silencio. ¡Cuenta! Ordeno…“¡Cuenta de nuevo! y cada vez que digas otra cosa que no sea el número que sigue, comenzarás de cero, ¡Cuenta!”.

Comencé: ¡Uno!, ¡Dos!...El enano me abofeteo y yo no pude hacer otra cosa que gritar de dolor. Me ordenó que me arrodillara, que cerrara los ojos y que comenzará de cero, que Eduardo, así se llamaba el moreno, golpearía exactamente 27 veces seguidas a mamá, donde el quisiera… ¿Por qué 27 veces? Porque yo lo pateé 27 veces y lo abofeteé una vez. El enano había devuelto el golpe, dos veces…pero quedaban 27 en el saldo, y el Moreno estaba feliz de cobrarlos. Mamá no podía hablar, el primer golpe había sido en la cara; cuando la vi, una cascada roja brotaba de su boca y sus ojos estaban inundados de algo que seguramente eran lágrimas.

Cerré los ojos y comencé a contar, conté lo más rápido que pude, pero a medida que decía cada número el enano me abofeteaba y sentía como el moreno golpeaba a Mamá, me obligue a no escucharla, no podía perder la cuenta, no podía…

[…] 

¡Veinte y cinco!, ¡Veinte y seis!, ¡Veinte y siete!... ¡Ya!, ¡Ya!, ¡Para por favor, para!...El enano me dijo que no había escuchado el diez y nueve y que debía volver a comenzar. No lo pude soportar, no de nuevo.

El enano sonrío y me dedico otra bofetada. Pero cuando se disponía a lanzar la segunda, la esquive, me puse pie y lo mire desafiante. El enano sonrío, me enseño el arma que llevaba en la mano y la agito. No me importo, me acerque hacia él decidida a terminar con todo esto. El enano seguía sonriendo y con un ademan me señalo al moreno que ya había dejado de golpear a mamá y la ponía de pie.

Fue suficiente, me caí sobre mis pies y comencé a llorar.

El enano me miro, me dedico una sonrisa. Se llevo una mano al bolsillo, saco un pañuelo y me lo entrego. Luego camino hacia mamá, le dijo algo que no logré escuchar; regresó a la camioneta, saco un paquete pequeño y se lo entrego. Le dedico una sonrisa tierna, con una manga de su camisa le limpio una mejilla y le dio un beso limpio. El moreno ya estaba en la camioneta cuando el enano subió. Ambos me dedicaron una sonrisa sincera, y se alejaron por alguna calle que no logro recordar.

Al rato llego una ambulancia y se llevo a mamá, pero cuando quise subir para acompañarla, no me dejaron, fue algo extraño.

[…]

Por la noche llego mamá, estaba radiante, feliz, contenta. Cuando me acerqué a preguntarle cómo estaba, ella me interrumpió y me preguntó dónde había estado toda la tarde, dice que me perdí una bonita reunión familiar; luego me enseño unas fotos y me conto todo lo que habían hecho esa tarde.

Nunca entendí que mierda pasó ese día…


Fin. 

*Segundo cuento, el mismo nombre, distinta historia. No me gusto el final, pero no lo cambie porque no encontré otro que me gustara más...bueno, igual, no es el definitivo, errores de puntuación, tildes, algunas incoherencias gramaticales...


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