Silvina dice que todos los perros van al cielo, y yo le creo.
Recuerdo un día lluvioso apenas unas semanas después de haber
visto la primera luz. Fue mi primera lluvia, y fue la más hermosa que vi; aún
la recuerdo, un millón de besos dulces que se posaban delicadamente en cada
parte de mi cuerpo, mientras un cielo oscuro me sonreía en la profundidad de la
noche. Seguramente no era de noche, pero prefiero recordarlo de esa manera.
La lluvia caía y no había nadie, solo estaba yo y mis cuatro
patas bailando con la lluvia, ¡Oh! Era un ritmo peculiar, hipnótico, que me
invitaba a brincar, a sonreir…y así lo hice, baile y sonreí por horas, hasta
que de un momento a otro, la lluvia se fue. No recuerdo haber escuchado un
sonido tan hermoso, ni haber sido besado tan cálidamente hasta aquella mañana en
la que un cielo lleno de colores me daría la bienvenida.
El piso húmedo y un sol en el horizonte me recordaban que la
mañana había llegado y que algún lugar debía ser conocido. Un olor me atrajo,
siempre he sido bueno para los olores, así que lo seguí, y de pronto, ya había
caminado buen trecho. Cruce algunas calles, doble en otras, corrí por algunas, y
cuando el olor desapareció, me detuve a mirar unas palomas que se cortejaban en
la copa de un árbol.
Cuando me di cuenta, estaba en una calle llena de chozas
extrañas, pintadas de muchos colores donde las personas caminaban y gritaban
cosas. No entendía nada, todo me parecía extraño, pero cuando me debatía con
mis pensamientos unos brazos largos me atraparon.
Intente pelear, morder, gritar, arrañar, pero todo era en
vano. Pero cuando ya estaba a punto de abandonar mis esperanzas de escapar, mis
patas sintieron el frio del suelo y antes mis ojos llorosos una luz se abrio
paso. La puerta estaba semiabierta, era mi oportunidad.
Corrí, corrí con todas mis fuerzas. No podía quedarme ahí, ¡no
podía! ¡no quería!, tenía miedo, no quería morir en manos de personas extrañas
que viven en chozas y gritan cosas que no puedo entender. ¡Oh! Pero que cruel
es el destino.
Aquellos brazos largos y fuertes que antes me habían atrapado,
ahora se agitaban en una creciente lejania, impotentes de poder hacer algo. La
dicha de la esperanza me abordo, y aunque ahora unos gritos terminaban por
decorar la escena, me obligue a correr aún más rápido.
La luz de la tarde estaba a pocos metros, y ya podía sentir
el calor de su bienvenida. Así que di el último salto, ¡Oh! aún lo recuerdo,
brinque como jamás lo había hecho…me eleve por los cielos, el aire me
acariciaba, sentía la brisa en mi cara, mis patas se abrían camino mientras mi
cuerpo surcaba el vacío…pero entonces… ¡Plash! Unos brazos negro, fuertes y largos
me atraparon. Mis patas jamás lograron sentir la tierra seca y húmera que se
abría paso fuera de la choza, la felicidad había quedado a pocos centímetros y
la esperanza había sido golpeada de tal forma que decidí abandonarla.
Lo que vino a continuación fue un tortura que jamás pensé
recibir. Me vi rodeado de todo tipo de brazos, unos gordos y temblorosos; otros
negros, fuertes y largos; otros blancos como el papel…todos me sujetaban, no me
lastimaban, pero me asustaban…
Y entonces paso. Sentí el agua, sentí unas uñas que me
rascaban intensamente todo el cuerpo, sentí un líquido espeso que me caía en la
cabeza…cerré los ojos para evitarme tal tortura, pero cuando los abrí, note que
mi cuerpo estaba lleno de una espuma blanca que ardía…no sabía que pasaría después,
pero cuando comencé a imaginar innumerables formas de tortura, el agua me
volvío a cubrir…pensé que me ahogaría y que allí terminaría mi historia, pero no,
el ardor se había ido, la espuma dio paso a un brillo que no pense tener,
las uñas ahora eran manos suaves que me
acariciaban el lomo y me regalaban cálidos golpecitos en la panza…
[…]
Paso un tiempo, y cuando menos lo esperaba, la puerta de la
luz de la tarde estaba completamente abierta, y ahora no había nadie, así que
me acerque – aunque lentamente – y brinque, allí, donde antes mis esperanzas
habían sido frustradas. Mis patas sintieron la dureza de otra tierra, mi rostro
sintio la brisa húmeda que azotaba las hojas de los árboles y la sensación de
poder dejar atrás aquella choza me obligo a dar unos pasos.
Di dos pasos y una nostálgia me impidio dar el tercero. Sentí
que ahora la choza era más que una choza, que los brazos eran más que unos brazos
y que los gritos eran más que unos simples gritos.
Cuando me di cuenta, una mosca volaba por entre mis ojos. Pensé
que era demasiado bella para dejarla ahí, sola, así que la acompañé, me descanse
sobre mis cuatro patas mientras la veía bailar para un grupo de rosas. La mosca
danzo por unos segundos, luego se marcho.
[…]
La choza tenía una forma extraña, yo la conocía toda, siempre
andaba por donde quisiera y aunque la puerta de la luz de la tarde estaba
abierta, no me importaba salir, y si lo hacía, daba un paseo corto, olía unas
rosas, miraba unas moscas, algunas mariposas; en ocasiones corría junto al
viento y luego me tendía a recibir el sol…pero no importaba lo que hiciera, ahora
yo siempre regresaba…
[…]
Cierto día, algo interesante paso.
Unos brazos negros, que a estas alturas de mi vida, ya eran
mucho más que unos simples brazos, me privaron de comida. Era algo nuevo, nunca
había sido privado de comida, siempre tenía la que quería, incluso más. Pero
ese día, no.
Dos platillo oscuros me miraron y una cueva oscura lanzó un
grito tierno, obviamente, yo no entendía nada. Aunque no negaré que había
aprendido a diferenciar algunos gritos, pero estos eran nuevos, no los entendía.
Luego del grito, un brazo negro me levantó una pata y la sacudió amablemente, inmediatamente
después, un terrón de alegría apareció en mi boca. Estuvimos jugando por un
largo rato a lo mismo, pero de pronto me sentía tonto, no era necesario que
alguien me levantase una pata, yo tenía hambre y quería todos las galletas que
podía, así que decidí hacerlo yo mismo.
Lo curioso vino después. Ya había aprendido a diferenciar eso
gritos de los demás, y ya sabía lo que significaban, y ahora, como por arte de
mágia, yo alzaba la pata y al escucharlos. Me sentí un poco estafado al
descubrir que no siempre me daban galletitas en forma de alegría, pero hay veces
unos golpecitos tiernos y un masaje eran todo lo que necesitaba.
Con el tiempo descubrí que ahora yo era parte de un ritual, y
aunque nunca logré comprender del todo, siempre estaba dispuesto a realizarlo.
[…]
Cierta noche yo disfrutaba de la oscuridad, cuando de pronto,
una paloma blanca bajo de los cielos y comenzó a buscar algo de comida. Yo la
mire por unos minutos, era hermosa, de un plumaje brilloso que destacaba aún en
la oscuridad de la noche…pero ahora, sin darme cuenta, estaba sobre mis cuatro
patas, tenía la miraba fija y todos los músculos tensado…¡Oh! ¡Que hermosa era
esa paloma!...
Cerre los ojos y me obligue a no hacer nada, pero cuando los
abrí, tenía una de mis patas encima de una mancha blanca, y aunque quise
mantenerme en mi propia oscuridad, en el fondo sabía lo que había pasado.
Un cuerpo blanco lleno de un brillo hermoso reposaba bajo mis
patas, y yo podía escuchar su agonía, sus lamentos…entonces comprendí que solo
podía hacer una cosa, tenía que darle el regalo más bello que guarda la
naturaleza para nosotros…
Un manantial cálido, rojo, dulce broto de repente cuando mis
dientes se cerraron en torno a un pequeño hilo blanco, allí donde comenzaba la
cabeza de aquella hermosa paloma blanca…
[…]
Yo salía todas la mañana a saludar al sol.
Una mañana, caminando por las afuera de la choza, me tope con
un pedazo de alegría en forma de galleta, me parecio tan tentadora que decidí
darle una oportunidad para demostrar su sabor. Así lo hice.
Luego seguí paseando, mirando las moscas, las hormigas, las
plantas, todo es más hermoso cuando cuando el sol las muestra por primera vez. Así
me parecen a mi.
Cuando regresaba a la choza un puño cerrado surgió de la
tierra y me impacto en las entrañas. No encontré nada en la tierra, pero sabía
que el dolor venía de algún lado. Cuando por fin me recuperé, la tierra se
abrió de nuevo y nuevamente, un puño, ahora más inmenso, me regalo un dolor que
pensé me destrozaría las tripas. Grande fue mi tristeza cuando comprendí que no
había un puño, y que la tierra no se abría.
El dolor aparecía y desaparecía, cada vez aumentaba, se alargaba
y sentía que la vida se escapa en cada grito de dolor. Unos brazos negros me
alzaron y unos discos negros me seguían, yo no entendía nada, incluso caí en la
locura, de alguna forma perdí la razón y comencé a gruñir, quería destrozar
todo, pensaba que si causaba dolor, el dolor se iría, pero eso nunca no paso.
Me entregué al dolor, cerré los ojos y espere que él me
consumiera…
[…]
Cuando abrí los ojos, dos lunas oscuras me miraban, y en mi
dolor, logré notar cierta humedad en ellas…unos brazos negros me abrazaban…unas
manos suaves me acariciaban el cuerpo…una caverna oscura se abría y se cerraba
mientras de ella salían gritos amables que no lograba entender…
[…]
Desperté gracias a un sonido amargo que lograba retumbar las
paredes que mi habitación no tenía…pero poco a poco el sonido se fue
consumiendo, poco a poco dejo de tener fuerza, era como si alguien hubiera
decidido abandonarme y entregarme a esa claridad que lo inundaba todo.
[…]
Vagué en el siencio por una eternidad, hasta que un día el
sol por fin decidio venir a saludarme. ¡Oh! Fue el día más hermoso que tuve. Detrás
del sol venían la lluvia, las rosas, la música, las hojas, la tierra húmeda, el
viento, las palomas…con alegría intenté buscar un par de brazos, pero hasta
ahora no veo ninguno…quizás este no sea lugar para ellos…
Fin.
* Pienso cambiar muchas cosas, y tampoco le di corrección ortográfica ni gramatical...pero que mierda...ya sé, lo haré luego...
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